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UNA DE ALMOGÁVARES : Arturo Pérez Reverte


dedicado a mi amigo "Lluis B.." para que se le aclaren algunos aspectos sobre la historia de la Corona de Aragón 
  (david porcel)

Hace setecientos años justos, además de salvar el imperio bizantino del avance turco, los almogávares arrasaron Grecia. Fue un episodio sólo comparable a la conquista de América por bandas de aventureros sin nada que perder salvo el pellejo -que se cotizaba a la baja- y con todo por ganar si salían vivos. Pero en esta España donde los libros escolares no los determina la memoria, sino el pesebre donde trinca tanto sinvergüenza periférico y central, esas historias han sido eliminadas, o manipuladas en beneficio de los golfos que organizan el negocio en plazos de cuatro años: los que van de una urna a otra. El resto importa un carajo. De los almogávares, como de lo demás, no se acuerda casi nadie. Eran políticamente incorrectos.

Madrugando el siglo XIV, el emperador de Bizancio pidió ayuda para frenar el avance de los turcos, y la corona de Aragón envió sus temibles Compañías Catalanas. Lo hizo para quitárselas de encima. Estaban integradas por almogávares: mercenarios endurecidos en las guerras de la Reconquista y en el sur de Italia. Sus oficiales, de mayoría catalana, eran también aragoneses, navarros, valencianos y mallorquines. En cuanto a la tropa, el núcleo principal procedía de las montañas de Aragón y Cataluña; pero las relaciones mencionan apellidos de Granada, Navarra, Asturias y Galicia.

Feroces y rápidos, armados con equipo ligero, combatían a pie en orden abierto, con extrema crueldad, y entraban en combate bajo la señera cuatribarrada de Aragón. Sus gritos de guerra eran Aragón, Aragón, y el terrible, legendario, Desperta, ferro. La historia es larga, tremenda, difícil de resumir.

Seis mil quinientos almogávares recién desembarcados en Grecia destrozaron a fuerzas turcas muy superiores, matando en la primera batalla a trece mil enemigos, sin dejar con vida -eran tiempos ajenos al talante, al buen rollito y al diálogo entre civilizaciones- a ningún varón mayor de diez años. En la segunda vuelta, de veinte mil turcos sólo escaparon mil quinientos. Y, tras escaramuzas menores, en una tercera escabechina los almogávares se cepillaron a dieciocho mil más. Eran letales como guadañas. Además, entre batalla y batalla
-  españoles a fin de cuentas- pasaban el rato apuñalándose entre sí por disputas internas, o despachando a terceros en plan chulito, como los tres mil genoveses a los que por un quítame allá esas pajas acuchillaron en Constantinopla, durante una especie de botellón que terminó como el rosario de la aurora.

A esas alturas, claro, el emperador Andrónico II se preguntaba, con los huevos por corbata, si había hecho bien contratando a semejantes bestias. Así que su hijo Miguel invitó a cenar a Roger de Flor, que era el jefe, y a los postres hizo que mercenarios alanos los degollaran a él y a un centenar largo de oficiales. Fue el 4 de abril de 1305. Después de aquello los griegos creyeron que la tropa almogávar, sin jefes, pediría cuartel. Pero eso era desconocer al personal. Cuando apareció el inmenso ejército bizantino para someterlos, aquellos matarifes oyeron misa y comulgaron. Luego gritaron: Desperta ferro, Aragón, Aragón, y se lanzaron contra el enemigo, pasándose por la piedra a veintiséis mil bizantinos en un abrir y cerrar de ojos. Lo cuenta Ramón Muntaner, que estuvo allí: no se alzaba mano para herir que no diera en carne.

No quedó sólo en eso. Enterados los almogávares de que nueve mil mercenarios alanos -los que aliñaron a Roger de Flor- volvían a su tierra licenciados y con familia, les salieron al paso, hicieron picadillo a ocho mil setecientos y se quedaron con sus mujeres. Después, durante una larga temporada y pese a estar rodeados de enemigos, se pasearon por Grecia saqueando y arrasando, por la patilla, cuanto se les puso por delante. Fue la famosa venganza catalana. Y cuando no quedó nada por robar o quemar, fundaron los ducados de Atenas y Neopatría: estados catalano-aragoneses leales al rey de Aragón, que aguantaron durante tres generaciones hasta que con el tiempo, el sedentarismo y el confort, se fueron amariconando -hijo caballero, nieto pordiosero- y quedaron engullidos, como el resto de Grecia, por la creciente marea turca que había de culminar con la caída de Constantinopla. Y ésa, colorín colorado, es la historia de los almogávares.

Arturo Pérez Reverte

 

 
Música de la Semana......  Dead Can Dance                     
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   Los australianos Lisa Gerrard y Brendan Perry son Dead Can Dance. De origen anglo-irlandés, comparten una visión original y diferente del mundo que les rodea, atreviéndose con un concepto musical totalmente innovador y de altísima calidad, pletórico de sonidos percusivos. Sus ocho trabajos de estudio, llenos de influencias procedentes del Renacimiento y sus estéticas musicales, Dead Can Dance (1984), Spleen and Ideal (1985), Within the realm od the dying sun (1987), The Serpent's Egg (1989), Aion (1990), Into the Labyrinth (1993), Toward the Within (1994) y Spiritchaser (1996), conforman su especial forma de entender la música, una mezcla inteligente de toques étnicos, rock tradicional y también estilos antiguos. Aclamados por la crítica, Dead Can Dance reina ya en su particular tierra musical, aunque el futuro se muestra incierto por la separación física de sus dos componentes, Perry vive en Irlanda y Gerrard en Australia, y por sus respectivos trabajos en solitario. Por el momento, parece que Dead Can Dance continuará adelante, de hecho ya se anuncia la grabación de un próximo trabajo en el año 2005. Aprovechando que los caprichos de los músicos son ventanas hacia su intimidad, hay un elemento que es siempre fiel reflejo del tamaño de una banda. Así como a los árboles se les mide la edad contando el número de círculos que tienen en el tronco, Dead can Dance es un árbol centenario, porque su música es el origen de la sabiduría milenaria. Su meta es buscar la belleza perdida, la eterna meta humana de lograr una existencia significante.  
 

 

 

 

  David Porcel Muñoz - © 1997
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