BUENAS Y MALAS RAZONES PARA CREER
Querida
Juliet:
Ahora que has cumplido 10 años,
quiero escribirte acerca de una cosa
que para mi es muy importante.
¿Alguna vez te has preguntado cómo
sabemos las cosas que sabemos? ¿Cómo
sabemos, por ejemplo, que las
estrellas que parecen pequeños
alfilerazos en el cielo, son en
realidad gigantescas bolas de fuego
como el Sol, pero que están muy
lejanas? ¿Y cómo sabemos que la
Tierra es una bola más pequeña, que
gira alrededor de esas estrellas, el
Sol?
La respuesta a esas preguntas es
por
"la
evidencia”.
A veces, “evidencia” significa
literalmente (ver, oír, palpar,
oler) que una cosa es cierta. Los
astronautas se han alejado de la
Tierra lo suficiente como para ver
con sus propios ojos que es redonda.
Otras veces, nuestros ojos necesitan
ayuda. El “lucero del alba” parece
un brillante centelleo en el cielo,
pero con un telescopio podemos ver
que se trata de una hermosa
esfera: el planeta que llamamos
Venus. Lo que aprendemos viéndolo
directamente (u oyéndolo,
palpándolo, etc.) se llama
“observación”.
Muchas veces, la evidencia no sólo
es pura observación, pero siempre se
basa en la observación. Cuando se ha
cometido un asesinato, es corriente
que nadie lo haya observado (excepto
el asesino y la persona asesinada).
Pero los investigadores pueden
reunir otras muchas observaciones,
que en un conjunto señalen a un
sospechoso concreto. Si las huellas
dactilares de una persona coinciden
con las encontradas en el puñal, eso
demuestra que dicha persona lo tocó.
No demuestra que cometiera el
asesinato, pero además pueda ayudar
a demostrarlo si existen otras
muchas evidencias que apunten a la
misma persona. A veces, un detective
se pone a pensar en un montón de
observaciones y de repente se da
cuenta que todas encajan en su sitio
y cobran sentido si suponemos que
fue Fulano el que cometió el
asesinato.
Los
científicos -especialistas en
descubrir lo que es cierto en el
mundo y el Universo- trabajan muchas
veces como detectives. Hacen una
suposición
(ellos la llaman
hipótesis) de lo que podría ser
cierto. Y a continuación se dicen:
si esto fuera verdaderamente así,
deberíamos observar tal y cual cosa.
A esto se llama
predicción.
Por ejemplo si el mundo fuera
verdaderamente redondo, podríamos
predecir que un viajero que avance
siempre en la misma dirección
acabará por llegar al mismo punto
del que partió. Cuando el médico
dice que tienes sarampión, no es que
te haya mirado y haya visto el
sarampión. Su primera mirada le
proporciona una hipótesis: podrías
tener sarampión. Entonces, va y se
dice: “Si de verdad tiene el
sarampión, debería ver….” y empieza
a repasar toda su lista de
predicciones, comprobándolas con los
ojos (¿tienes manchas?), con las
manos (¿tienes caliente la frente?)
y con los oídos (¿te suena el pecho
como suena cuando se tiene el
sarampión?). Sólo entonces se decide
a declarar “Diagnóstico que la niña
tiene sarampión”. A veces, los
médicos necesitan realizar otras
pruebas, como análisis de sangre o
rayos x, para complementar las
observaciones hechas con sus ojos,
manos y oídos.
La
manera en que los científicos
utilizan la evidencia para aprender
cosas del mundo es tan ingeniosa y
complicada que no te la puedo
explicar en una carta tan breve.
Pero dejemos por ahora la evidencia,
que es una buena razón para creer
algo, porque quiero advertirte en
contra de
tres malas razones para creer
cualquier cosa: se llaman
“TRADICIÓN", "AUTORIDAD",
REVELACIÓN".
Empecemos por la
tradición. Hace
unos meses estuve en televisión,
charlando con unos 50 niños. Estos
niños invitados habían sido educados
en diferentes religiones: había
cristianos, judíos, musulmanes,
hindúes,
sijs…El
presentador iba con el micrófono de
niño en niño, preguntándoles lo que
creían. Lo que los niños decían
demuestra exactamente lo que yo
entiendo por “tradición”. Sus
creencias no tenían nada que ver con
la evidencia. Se limitaban a repetir
las creencias de sus padres y de sus
abuelos, que tampoco estaban basadas
en ninguna evidencia. Decían cosas
como “los hindúes creemos tal y cual
cosa”, “los musulmanes creemos esto
y lo otro”, “los cristianos creemos
otra cosa diferente”.
Como
es lógico, dado que cada uno creía
cosas diferentes, era imposible que
todos tuvieran razón. Por lo visto,
al hombre del micrófono esto le
parecía muy bien, y ni siquiera los
animó a discutir sus diferencias.
Pero no es esto lo que me interesa
de momento. Lo que quiero es
preguntar de dónde habían salido sus
creencias. Habían salido de la
tradición. La tradición es la
trasmisión
de creencias de los abuelos a los
padres, de los padres a los hijos, y
así sucesivamente. O mediante libros
que se siguen leyendo durante
siglos. Muchas veces, las creencias
tradicionales se originan casi de la
nada: es posible que alguien las
inventará en algún momento, como
tuvo que ocurrir con las ideas de
Thor
y Zeus; pero cuando se han
transmitido durante unos cuantos
siglos, el hecho mismo de que sean
muy antiguas las convierte en
especiales. La gente cree ciertas
cosas sólo porque mucha gente ha
creído lo mismo durante siglos. Eso
es la tradición.
El
problema con la tradición es que,
por muy antigua que sea una
historia, es igual de cierta o de
falsa que cuando se inventó la idea
original. Si te inventas una
historia que no es verdad, no se
hará más verdadera porque se
trasmita durante siglos, por muchos
siglos que sean.
En
Inglaterra, gran parte de la
población ha sido bautizada en la
Iglesia Anglicana, que no es más que
una de las muchas ramas de la
religión cristiana. Existen otras
ramas, como la ortodoxa rusa, la
católica romana y la metodista. Cada
una cree cosas diferentes. La
religión judía y la musulmana son un
poco más diferentes, y también
existen varias clases distintas de
judíos y de musulmanes. La gente que
cree una cosa está dispuesta a hacer
la guerra contra los que creen cosas
ligeramente distintas, de manera que
se podrá pensar que tienen muy
buenas razones -evidencias- para
creer lo que creen. Pero lo cierto
es que sus diferentes creencias se
deben únicamente a diferentes
tradiciones.
Vamos a hablar de una tradición
concreta. Los católicos creen que
María,la
madre de Jesús, era tan especial que
no murió, sino que fue elevada al
cielo con su cuerpo físico Otras
tradiciones cristianas discrepan,
diciendo que María murió como
cualquier otra persona. Estas otras
religiones no hablan mucho de María,
ni la llaman “Reina del cielo”, como
hacen los católicos. La tradición
que afirma que el cuerpo de María
fue elevado al cielo no es muy
antigua. La Biblia no dice nada de
cómo o cuándo murió; de hecho, a la
pobre mujer apenas se la menciona en
la Biblia. Lo de que su cuerpo fue
elevado a los cielos no se inventó
hasta unos seis siglos después de
Cristo. Al principio, no era más que
un cuento inventado, como
Blancanieves
o cualquier otro. Pero con el paso
de los siglos se fue convirtiendo en
una tradición y la gente empezó a
tomársela en serio, sólo porque la
historia se había ido transmitiendo
a lo largo de muchas generaciones.
Cuanto más antigua es una tradición,
más en serió se la toma la gente. Y
por fin, en tiempos muy recientes,
se declaró que era una creencia
oficial de la Iglesia Católica: esto
ocurrió en 1950, cuando yo tenía la
edad que tienes tú ahora. Pero la
historia no era más verídica en 1950
que cuando se inventó por primera
vez, seiscientos años después de la
muerte de María.
Al
final de esta carta volveré a hablar
de la tradición, para considerarla
de una manera diferente. Pero antes
tengo que hablarte de la otras dos
malas razones para creer una cosa:
la autoridad y la revelación.
La autoridad,
como razón para creer
algo, significa que hay que creer en
ello porque alguien importante te
dice que lo creas. En la Iglesia
Católica, por ejemplo, la persona
más importante es el Papa, y la
gente cree que tiene que tener razón
sólo porque es el Papa. En una de
las ramas de la religión musulmana,
las personas más importantes son
unos ancianos barbudos llamados
ayatolás.
En nuestro país hay muchos
musulmanes dispuestos a cometer
asesinatos sólo porque los
ayatolás
de un país lejano les dicen que lo
hagan.
Cuando te decía que en 1950 se dijo
por fin a los católicos que tenían
que creer en la asunción a los
cielos del cuerpo de María, lo que
quería decir es que en 1950 el Papa
les dijo que tenían que creer en
ello. Con eso bastaba. ¡El Papa
decía que era verdad, luego tenía
que ser verdad! Ahora bien, lo más
probable es que, de todo lo que dijo
el Papa a lo largo de su vida,
algunas cosas fueron ciertas y otras
no fueron ciertas. No existe ninguna
razón válida para creer que todo lo
que diga sólo porque es el Papa, del
mismo modo que no tienes porque
creer todo lo que te diga cualquier
otra persona. El Papa actual ha
ordenado a sus seguidores que no
limiten el número de sus hijos. Si
la gente sigue su autoridad tan
ciegamente como a él le gustaría, el
resultado sería terrible: hambre,
enfermedades y guerras provocadas
por la sobrepoblación.
Por
supuesto, también en la ciencia
ocurre a veces que no hemos visto
personalmente la evidencia, y
tenemos que aceptar la palabra de
alguien. Por ejemplo, yo no he visto
con mis propios ojos ninguna prueba
de que la luz avance a una velocidad
de 300.000 kilómetros por segundo,
sin embargo, creo en los libros que
me dicen la velocidad de la luz.
Esto podría parecer “autoridad” pero
en realidad es mucho mejor que la
autoridad, porque la gente que
escribió esos libros sí que había
observado la evidencia, y cualquiera
puede comprobar dicha evidencia
siempre que lo desee. Esto resulta
muy reconfortante. Pero ni siquiera
los sacerdotes se atreven a decir
que exista alguna evidencia de su
historia acerca de la subida a los
cielos del cuerpo de María.
La
tercera mala razón para creer en las
cosas se llama
“revelación”.
Si en
1950 le hubieras podido preguntar al
Papa cómo sabía que el cuerpo de
María había ascendido al cielo, lo
más probable es que te hubiera
respondido que “se le había
revelado”. Lo que hizo fue
encerrarse en su habitación y rezar
pidiendo orientación. Había pensado
y pensado, siempre sólo, y cada vez
se sentía más convencido. Cuando las
personas religiosas tienen la
sensación interior de que una cosa
es cierta, aunque no exista ninguna
evidencia de que sea así, llaman a
esa sensación “revelación”. No sólo
los Papas aseguran tener
revelaciones. Las tienen montones de
personas de todas las religiones, y
es una de las principales razones
por las que creen las cosas que
creen. Pero ¿es una buena razón?
Supón que te digo que tu perro ha
muerto. Te pondrías muy triste y
probablemente me preguntarías:
“¿Estás seguro? ¿Cómo lo sabes?
¿Cómo ha sucedido?” y supón que yo
te respondo: “En realidad no sé que
Pepe ha muerto. No tengo ninguna
evidencia. Pero siento en mi
interior la curiosa sensación de que
ha muerto”. Te enfadarías conmigo
por haberte asustado, porque sabes
que una “sensación” interior no es
razón suficiente para creer que un
lebrel ha muerto. Hacen falta
pruebas. Todos tenemos sensaciones
interiores de vez en cuando, y a
veces resulta que son acertadas y
otras veces no lo son. Está claro
que dos personas distintas pueden
tener sensaciones contrarias, de
modo que ¿cómo vamos a decidir cuál
de las dos acierta? La única manera
de asegurarse que un perro está
muerto es verlo muerto, oír que su
corazón se ha parado, o que nos lo
cuente alguien que haya visto u oído
alguna evidencia real de que ha
muerto.
A
veces, la gente dice que hay que
creer en las sensaciones internas,
porque si no, nunca podrás confiar
en cosas como “mi mujer me ama”.
Pero éste es un mal argumento.
Puedes encontrar abundantes pruebas
de que alguien te ama. Si estás con
alguien que te quiere, durante todo
el día estarás viendo y oyendo
pequeños fragmentos de evidencia,
que se van sumando. No se trata de
una pura sensación interior, como la
que los sacerdotes llaman
revelación. Hay datos exteriores que
confirman la sensación interior:
miradas en los ojos, entonaciones
cariñosas en la voz, pequeños
favores y amabilidades; todo eso es
autentica evidencia.
A
veces, una persona siente una fuerte
sensación interior de que alguien la
ama sin basarse en ninguna
evidencia, y en estos casos lo más
probable es que esté completamente
equivocada. Existen personas con una
firme convicción interior de que una
famosa estrella de cine las ama,
aunque en realidad la estrellan
siquiera las conoce. Esta clase de
personas tienen la mente enferma.
Las sensaciones interiores tienen
que estar respaldadas por
evidencias; si no, no podemos
fiarnos de ellas.
Las
intuiciones resultan muy útiles en
la ciencia, pero sólo para darte
ideas que luego hay que poner a
prueba buscando evidencias. Un
científico puede tener una
“corazonada” acerca de una idea que,
de momento, sólo “le parece”
acertada. En sí misma. Ésta no es
una buena razón para creer nada;
pero sí que puede razón suficiente
para dedicar algún tiempo a realizar
un experimento concreto o buscar
pruebas de una manera concreta. Los
científicos utilizan constantemente
sus sensaciones interiores para
sacar ideas; pero estas ideas no
valen nada si no se apoyan con
evidencias.
Te
prometí que volveríamos a lo de la
tradición, para considerarla de una
manera distinta. Me gustaría
intentar explicar por qué la
tradición es importante para
nosotros. Todos los animales están
construidos (por el proceso que
llamamos evolución) para sobrevivir
en el lugar donde su especie vive
habitualmente. Los leones están
equipados para sobrevivir en las
llanuras de África. Los cangrejos de
río están construidos para
sobrevivir en agua salada. También
las personas somos animales, y
estamos construidos para sobrevivir
en un mundo lleno de… otras
personas. La mayoría de nosotros no
tienen que cazar su propia comida,
como los leones y los bogavantes; se
las compramos a otras personas, que
a su vez se la compraron a otras.
Nadamos en un “mar de gente”. Lo
mismo que el pez necesita branquias
para sobrevivir en el agua, la gente
necesita cerebros para poder tratar
con otra gente. El mar de está lleno
de agua salada, pero el mar de gente
está lleno de cosas difíciles de
aprender. Como el idioma.
Tú
hablas inglés, pero tu amiga Ann-Kathrin
habla alemán. Cada una de vosotras
habla el idioma que le permite
hablar en su “mar de gente”. El
idioma se transmite por tradición.
No existe otra manera. En
Inglaterra, tu perro Pepe es a dog.
En Alemania, es
ein
Hund.
Ninguna de estas palabras es más
correcta o más verdadera que la
otra. Las dos se transmiten de
manera muy simple. Para poder nadar
bien en su propio “mar de gente”,
los niños tienen que aprender el
idioma de su país y otras muchas
cosas acerca de su pueblo; y esto
significa que tienen que absorber,
como si fuera papel secante, una
enorme cantidad de información
tradicional (Recuerda que
“información tradicional”
significa, simplemente, cosas que
se transmiten de abuelos a padres y
de padres a hijos). El cerebro del
niño tiene que absorber toda esta
información tradicional, y no se
puede esperar que el niño seleccione
la información buena y útil, como
las palabras del idioma, descartando
la información falsa o estúpida,
como creer en brujas, en diablos y
en vírgenes inmortales.
Es
una pena, pero no se puede evitar
que las cosas sean así. Como los
niños tienen que absorber tanta
información tradicional, es probable
que tiendan a creer todo lo que los
adultos les dicen, sea cierto o
falso, tengan razón o no. Muchas
cosas que los adultos les dicen son
ciertas y se basan en evidencias, o,
por lo menos en el sentido común.
Pero si les dicen algo que sea
falso, estúpido o incluso maligno,
¿cómo pueden evitar que el niño se
lo crea también? ¿Y que harán esos
niños cuando lleguen a adultos? Pues
seguro que contárselo a los niños de
la siguiente generación. Y así, en
cuanto la gente ha empezado a
creerse una cosa -aunque sea
completamente falsa y nunca existan
razones para creérsela-, se puede
seguir creyendo para siempre.
¿Podría ser esto lo que ha ocurrido
con las religiones? Creer en uno o
varios dioses, en el cielo, en la
inmortalidad de María, en que Jesús
no tuvo un padre humano, en que las
oraciones son atendidas, en que el
vino se transforma en sangre…,
ninguna de estas creencias está
respaldada por pruebas auténticas.
Sin embargo, millones de personas
las creen, posiblemente porque se
les dijo que las creyeran cuando
todavía eran suficientemente
pequeñas como para creerse cualquier
cosa.
Otros millones de personas creen en
cosas diferentes, porque se les dijo
que creyesen en ellas cuando eran
niños. A los niños musulmanes se les
dice cosas diferentes de las que se
les dicen a los niños cristianos, y
ambos grupos crecen absolutamente
convencidos de que ellos tienen
razón y los otros se equivocan.
Incluso entre los cristianos, los
católicos creen cosas diferentes de
las que creen los anglicanos, los
episcopalianos,
los
shakers,
los cuáqueros, los mormones o los
holly
rollers,
y todos están absolutamente
convencidos de que ellos tienen
razón y los otros están equivocados.
Creen cosas diferentes exactamente
por las mismas razones por las que
tú hablas inglés y tu amiga Ann-Kathrin
habla alemán. Cada una de los dos
idiomas es el idioma correcto en su
país. Pero de las religiones no se
puede decir que cada una de ellas
sea la correcta en su propio país,
porque cada religión afirma cosas
diferentes y contradice a las demás.
María no puede estar viva en la
católica Irlanda del Sur y muerta en
la protestante Irlanda del Norte.
¿Qué
se puede hacer con todo esto? A ti
no te va a resultar fácil hacer
nada, porque sólo tienes 10 años.
Pero podrías probar una cosa: la
próxima vez que alguien te diga algo
que parezca importante piensa para
tus adentros: “¿Es ésta una de esas
cosas que la gente suele creer
basándose en evidencias? ¿O es una
de esas cosas que la gente cree por
la tradición, autoridad o
revelación?” Y la próxima vez que
alguien te diga que una cosa es
verdad, prueba a preguntarle “¿Qué
pruebas existen de ello?” Y si no
pueden darte una respuesta, espero
que te lo pienses muy bien antes de
creer una sola palabra de lo que te
digan.
Te
quiere,
Papá.